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lunes, 16 de marzo de 2020

La Barranquina




Estábamos en La Roja Taberna intoxicados de Soda Stereo y un par de cervezas. Pienso en la barranquina como quien piensa en un mesías melómano, predicando la palabra de una vida sin preocupaciones innecesarias y absortos en bandas que fueron y serán las mejores por siempre. En ese sentido, La Roja Taberna es un templo erigido en medio del desierto para mostrarnos la salvación a los más desesperados.

Es así como la veo deslizarse entre la gente al ritmo del temblor, evitando que las dos cervezas se desangren o se cometa un asesinato innecesariamente al dejarlas caer brutalmente en medio de ese campo de batalla. Atraviesa el océano de fuego, se abre paso entre las personas de la periferia y llega a mí con una cerveza al polo. Bebo la cerveza en seco hasta saborear la última gota.

Por momentos, la veo desaparecer con sus movimientos de música ligera en esa oscuridad con destellos psicodélicos. Pero su voz reafirma su presencia esta noche y los gritos a la distancia no logran opacarla, la siento cerca y susurrándome sus coros favoritos. Al estar tan cerca el uno al otro sé que ya me perdonó por no haber venido anoche a escuchar la palabra. No hubo necesidad de decirlo porque quedé absuelto de todo mal con su sonrisa. Conforme avanzaba la noche, nos perdimos entre la multitud.


***


Las noches con la barranquina nunca eran suficientes. Escucharla darme el mensaje de salvación no bastaba solo durante las madrugadas, pero no podía forzarme a mí mismo a volver cada noche al bar. En ocasiones su disgusto era tal que se perdía sola entre la multitud y maldecía a todo aquel que se cruzara en su camino, aunque ellos no entendiesen lo que decía. En esas situaciones, debía de ir a su encuentro luego de tomarme una cerveza bien fría. Esa pausita antes de buscarla le daba cierto sentido a mi búsqueda, pues en ocasiones podía verla mirar de reojo hacia donde estaba y adentrarse más y más entre toda esa gente.

Llegar a ella no era una tarea fácil, especialmente si era fin de semana. Trump estaría orgulloso de semejante muralla humana, casi impenetrable si no se conoce el territorio. Gracias a mis visitas casi constantes, aprendí un truco para cruzar en un lado donde el ventilador no dirigía el aire y el calor era insoportable. Cruzaba y, del otro lado, encontraba a adolescentes borrachas sentadas contra la pared y una densa neblina de tabaco me impedía ver con claridad mientras avanzaba.

Buscaba rostro a rostro entre bocas devorándose y botellas insuficientes para saciar la sed del alma. Las vibraciones de la música eran tan fuertes en algunos lugares que los vasos bailaban con el temblor argentino. Sin embargo, cuando la encontraba disfrutando la música para sí misma y envuelta en movimientos casi tántricos, todo ese viaje había valido la pena. Ella no me miraba e iba a acercándome lentamente, intentando no tambalearme demasiado y tener una apariencia presentable.

Parado cerca de ella, dejo que poco a poco una inercia rítmica la atraiga hacia mí. Yo reconocía esos signos, sabía que el rito estaba por comenzar y presenciaría una consagración de la cerveza y el cigarro en sus manos. Me mira a los ojos y sus brazos se alzan lentamente mientras las luces psicodélicas se proyectan a través de la botella de cerveza. Estoy atónito como siempre y veo como la botella desciende de un plano distinto a este y besa mi boca mientras cierro los ojos. Siento que sus brazos me rodean, bailo entre la multitud. 


***


La barranquina está saciada de rock y es momento de mi éxodo a otro nivel, no podía perderla o sería el final de mi noche, aunque tal vez de todas maneras lo sea. Intento seguir sus repentinos pasos hacia el último piso, pero siempre el siguiente escalón se balancea como un péndulo y me convierto en un equilibrista calculando cada paso. Al terminar aquel exhausto ascenso, la veo al borde de la baranda observando la noche, las estrellas, las personas entrando y saliendo de nuestro templo.

Es hora de purificarse, leí en sus labios mientras me iba acercando. Cuando llego a la baranda ya no está. No pude alcanzarla a tiempo otra vez, no pude cambiar el único acierto entre los catorce millones de futuros posibles en donde nos sentamos a escuchar remix interminable mientras me cuenta otra vez como la doparon y violaron en los baños de este bar, como profanaron su inmaculado ser sobre un inodoro orinado y como perdonó a los perpetradores luego de culminado su pecado. Su sufrimiento limpió del vicio carnal a esos hombres, su vida tuvo un propósito con la redención de esos hombres. Y las almas de todos los presentes y los siguientes serán salvadas cada semana si asisten fervorosamente a este bar, los vestigios de tu beatificación en el baño siempre son visitados.

Me siento en un sillón y solo escuchó la música, respiro profundamente y busco entre las macetas el encargo premeditado. Pienso que, si la busco por todos lados, no voy a encontrarla, aunque conozca cada rincón de este bar como la palma de mi mano. Así que, como su cruzado más leal, tengo un deber que cumplir y el arma del juicio final para purificar a toda la humanidad. Es mi deber mantener no solo mi pureza, sino la de todos; así que desciendo al averno y me sumerjo entro la multitud. Calculo la distancia y veo brotar las llamas que se extienden entre las personas. Aun así, solo quisiera que aparezcas entre la gente y todos pudieran verte, que no te hubieras alejado de mi lado, que hubiera venido esa noche contigo, que no hubiéramos peleado, que no hubieras saltado en una taberna roja, que tu médula espinal no se hubiera quebrado sobre un nissan sentra, que la cascada de sangre no hubiera brotado de tu cuello, que estuvieras bailando conmigo aquí entre las llamas y no solamente cuando estoy muy borracho.

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