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jueves, 4 de junio de 2015

Cuando la libertad se acaba



Encerrado , cautivo, verde oscuro y no celeste,  así él se había hallado los últimos 17 años y los días no parecían ser más que unos segundos y esos segundos eran más reales allí dentro que los de afuera porque su vida le fue arrebata por una idea llegada con los vientos fríos del norte. Y aquel lugar, falto de estrógeno y abundante de sudores , se le hacía confortable tanto de noches como de días. Él debió conquistar aquel lugar y así lo hizo. Los guardias ya no llamaban cholo puquimará, ahora solo lo llamaban por su nuevos sietes números de la suerte 8264712. Su estadía se le hizo sencilla ya que  todos los días, antes del alba, salía él junto con sus nuevos hermanos e hijos a romper el manto delgado  de Morfeo   que cubría las miles de bocas cansadas y piernas sedientas . Aquí, lejos del comunismo y la democracia reinan en su alma la dictadura de la comprensión y el respeto  por los suyos  y por los siervos de un falso gobierno. Aquí dentro, la cultura, los valores y el amor que debían ejercer eran los que sus  cocodrilos merodeadores creían que era lo mejor para ellos. Aquí parecía que las verdes dudas  no le cercenaban el  alma ni la espalda. Aquí, aunque los muros llegaban hasta el reino de Mahoma , las piernas podían saltarlas con brinco de tortuga.
Y, a pesar de que a veces sueña que la boca le crece, crece y crece tanto que esta muerde los barrotes fríos con olor a gato mojado , estas parecen tener el  fin en el centro del Bosón de Higgs y  así se despierta todos los martes, tan libre como siempre. Ya de pie, recuerda que su vida pasada solo es otro sueño o acaso una pesadilla de la que no recuerda el nudo, pero si el inicio y desenlace. Y la muerte corre  por los pasillos y la vida se esconde de ella mientras que muchos desesperan por la ausencia de ambos, él es feliz sin ninguno y ha decidido no decidir nada hasta antes del almuerzo. Y come hasta que la lengua le baila de alegría y los dientes le aplauden repetitiva y armoniosamente sin cesar en espera de la entrada de más comensales.
Y la tarde muy asustada entra a su reciento por la ventana y le pregunta si ya sabe de qué lado del muro estará mañana, pero la noche con cuello alto y piernas largas  la encuentra y él aún no le responde. Y la tarde, con manos  naranjas y los ojos púrpuras parece esperar aún la respuesta, pero el tiempo pasa y la pequeña tarde sucumbe ante la bohemia noche.  Entonces su él-social desespera y quiere preguntarle a las gordas hojas; ergo, ni las hojas saben que decirle y decide responderle al cocodrilo merodeador que vuelva en 22 cuartos de horas.
 Y hasta el viento allí se sentía diferente, llegaba ordenando sus pensamientos momentáneamente y cuando se iba, juntaba sus cristalinas manos y se llevaba los sueños, las esperanzas, la dignidad, el arte, las distantes mujeres, las preguntas y las respuestas . No obstante, esa noche no se llevó sus dudas ni su insomnio, así que él tuvo que quedarse despierto pensando si debía salir  al encierro de ese mundo o quedarse en la eterna libertad.
Ni siquiera cuando arribó el cocodrilo merodeador hacia las costas de su pequeño paraíso, él pudo responder porque ni siquiera recordaba la pregunta. El drilo decepcionado se alejó y él volvió a navegar entre sus pensamientos. En su profundo cavilar pudo entender que ni cuando vivificaron a su familia escupiendo balas sin razón sobre sus pechos, nunca lograron extinguirle la llama de los ojos. También, entendió que si la libertad se paga esclavizándose a una rutina llena de presiones, depresiones y poco razonables obligaciones, valía mucho más ser siervo eterno de la esclavitud del paraíso donde se hallaba. Y así continuo pensando durante toda la noche en compañía del olor de rayos de luna que entraba por los ojos de su ventana.

De ese modo- creyéndose encontrar libre de los trajines del mundo externo- 8264712 decidió sentarse en la mesa del jurado en las primeras horas de rayos dorados. El jurado le preguntó de nuevo su decisión y esta vez eligió responder. Así, tomó un papel, levantó suavemente el agridulce  lápiz y escribió con mucha presión la primera consonante y su eterna acompañante.
 Paul Saavedra.

 

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