Encerrado , cautivo, verde oscuro
y no celeste, así él se había hallado
los últimos 17 años y los días no parecían ser más que unos segundos y esos
segundos eran más reales allí dentro que los de afuera porque su vida le fue
arrebata por una idea llegada con los vientos fríos del norte. Y aquel lugar, falto de estrógeno y
abundante de sudores , se le hacía
confortable tanto de noches como de días. Él debió conquistar aquel lugar y así
lo hizo. Los guardias ya no llamaban cholo puquimará, ahora solo lo llamaban
por su nuevos sietes números de la suerte 8264712. Su estadía se le hizo
sencilla ya que todos los días, antes
del alba, salía él junto con sus nuevos hermanos e hijos a romper el manto
delgado de Morfeo que
cubría las miles de bocas cansadas y piernas sedientas . Aquí, lejos del comunismo y la democracia reinan en su
alma la dictadura de la comprensión y el respeto por los suyos y por los siervos de un falso gobierno. Aquí
dentro, la cultura, los valores y el amor que debían ejercer eran los que sus cocodrilos merodeadores creían que era lo
mejor para ellos. Aquí parecía que las verdes dudas
no le cercenaban el alma ni la espalda.
Aquí, aunque los muros llegaban hasta el reino de Mahoma , las piernas podían saltarlas con brinco
de tortuga.
Y, a pesar de que a veces sueña
que la boca le crece, crece y crece tanto que esta muerde los barrotes fríos
con olor a gato mojado ,
estas parecen tener el fin en el centro
del Bosón de Higgs y así se despierta
todos los martes, tan libre como siempre. Ya de pie, recuerda que su vida
pasada solo es otro sueño o acaso una pesadilla de la que no recuerda el nudo,
pero si el inicio y desenlace. Y la muerte corre por los pasillos y la vida se esconde de ella
mientras que muchos desesperan por la ausencia de ambos, él es feliz sin
ninguno y ha decidido no decidir nada hasta antes del almuerzo. Y come hasta
que la lengua le baila de alegría y los dientes le aplauden repetitiva y
armoniosamente sin cesar en espera de la entrada de más comensales.
Y la tarde muy asustada entra a
su reciento por la ventana y le pregunta si ya sabe de qué lado del muro estará
mañana, pero la noche con cuello alto y piernas largas la encuentra y él aún no le responde. Y la tarde,
con manos naranjas y los ojos púrpuras parece
esperar aún la respuesta, pero el tiempo pasa y la pequeña tarde sucumbe ante
la bohemia noche. Entonces su él-social desespera
y quiere preguntarle a las gordas hojas; ergo, ni las hojas saben que decirle y
decide responderle al cocodrilo merodeador que vuelva en 22 cuartos de horas.
Y hasta el viento allí se sentía diferente, llegaba ordenando sus pensamientos momentáneamente y cuando se iba, juntaba sus cristalinas manos y se llevaba los sueños, las esperanzas, la dignidad, el arte, las distantes mujeres, las preguntas y las respuestas . No obstante, esa noche no se llevó sus dudas ni su insomnio, así que él tuvo que quedarse despierto pensando si debía salir al encierro de ese mundo o quedarse en la eterna libertad.
Y hasta el viento allí se sentía diferente, llegaba ordenando sus pensamientos momentáneamente y cuando se iba, juntaba sus cristalinas manos y se llevaba los sueños, las esperanzas, la dignidad, el arte, las distantes mujeres, las preguntas y las respuestas . No obstante, esa noche no se llevó sus dudas ni su insomnio, así que él tuvo que quedarse despierto pensando si debía salir al encierro de ese mundo o quedarse en la eterna libertad.
Ni siquiera cuando arribó el cocodrilo
merodeador hacia las costas de su pequeño paraíso, él pudo responder porque ni
siquiera recordaba la pregunta. El drilo decepcionado se alejó y él volvió a
navegar entre sus pensamientos. En su profundo cavilar pudo entender que ni
cuando vivificaron a su familia escupiendo balas sin razón sobre sus pechos, nunca
lograron extinguirle la llama de los ojos. También, entendió que si la libertad
se paga esclavizándose a una rutina llena de presiones, depresiones y poco
razonables obligaciones, valía mucho más ser siervo eterno de la esclavitud del
paraíso donde se hallaba. Y así continuo pensando durante toda la noche en
compañía del olor de rayos de luna que entraba por los ojos de su ventana.
De ese modo- creyéndose encontrar
libre de los trajines del mundo externo- 8264712 decidió sentarse en la mesa
del jurado en las primeras horas de rayos dorados. El jurado le preguntó de
nuevo su decisión y esta vez eligió responder. Así, tomó un papel, levantó
suavemente el agridulce lápiz y escribió
con mucha presión la primera consonante y su eterna acompañante.
Paul Saavedra.
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