Mondragón se había levantado al escuchar unos continuos ruidos
que provenían de la planta baja. Eran como los golpes de un pájaro carpintero
picoteando un árbol incesantemente. Él se puso un sobretodo para ir
apresuradamente al encuentro del ruido y mirando discretamente en cada cuarto
llegó hasta a él de sus padres, quienes se alborotaron buscando frenéticamente
entre los estantes. Les preguntó de qué se trataba todo el alboroto, pero
parecía que ellos estaban con
desesperación inmersos en encontrar algún objeto. Veía desorganizar los libros de
álgebra, historia, biología e incluso los viejos libros de filosofía. Los
padres se percataron de la presencia de su hijo; empero, en vez de explicarle
el porqué de la situación, el señor Del Siam le ordenó, con señas, que les
ayudara en su búsqueda. Mondragón, sin saber de qué se trataba y desconcertado,
se abalanzó sobre montones de cajas traídas desde la azotea y empezó a
revisarlas minuciosamente. En ellas encontró diversos juguetes (con los cuales
había jugado en su niñez), ropa que usó en tiempos de cuatro patas, y una caja
repleta de Biblias cristianas, que su familia solía regalar a quienes se convertían
a su religión. Fue en ese momento, que sus padres detuvieron su búsqueda. Muy
felices, se abalanzaron sin demora sobre las Biblias de empastes azules y al
palparlas con la vista las alzaron con entusiasmo.
Mondragón salió desconcertado del cuarto alejándose lentamente
de la intensa tertulia que establecían sus padres, pero recordando este
fragmento: “Hoy iremos a ver a Felipe, el hijo de tus tíos. Él ha vuelto de su
viaje después nueve años.”
Mientras él debía alistarse para ir en busca de quien sería
su primo, sus padres habían desempolvado cuidadosamente la palabra del único y
verdadero señor. Luego, fueron a sus habitaciones a vestirse con sus mejores
ropas para ir a visitar al sobrino recién llegado. Ellos esperaban convencerlo
de que vaya a las misas nocturnas de los domingos, días en los cuales la
mayoría de la familia Del Siam se reunía en el culto de las ocho para escuchar
por dos larguísimas horas a un hombre con terno azul oscuro.
Mondragón terminó de alistarse y se dirigió a la mesa paso a
paso, aún dudaba si debía acompañar a sus padres a casa de ese misterioso
primo. Cuando él estuvo frente a la mesa, sus padres estaban orando para
agradecer por los alimentos. Sigiloso como un gato, él se acercó a tomar su
lugar. Sus padres terminaron de agradecer, lo observaron sonrientes e
intentaban transmitirle su entusiasmo. Sin embargo, Mondragón nunca se había
sentido interesado en los temas religiosos o la ideología que profesaba casi toda
su familia, pero había sido muy obediente y respetuoso en todo momento (resultado
de aleccionar a niños desde temprana edad). Sentado en esa mesa, terminó sus
últimos verdosos bocados, su mente sólo pensaba en banalidades como irse de
viaje a través del mundo o, al menos, irse de la casa de sus padres.
Sus padres se levantaron de la octogenaria mesa llena de ásperos
bordes y le dijeron al hijo que despertara de aquel sueño lucido y terminara de comer. Mondragón lo hizo sin
ganas, fue al baño y se cepilló diente
por diente la suciedad verdosa sobrante. Sus padres lo esperaban en la escalera de madera que rechinaba como si
se los fuera a comer de un solo bocado. Muy bien vestido, Mondragón bajó las
escaleras y su padre cerró la puerta de metal algo oxidada. Subieron a un
pequeño auto rojo y fueron hacia su destino.
El trayecto fue fugaz y antes del atardecer la familia Del
Siam había llegado a la inmensa casa adornada de una hermosa puerta de caoba
con acabados de dragones japoneses abriendo sus
tan inmensas bocas como unos agujeros negros hambrientos de polvo
espacial y planetas.
El señor Del Siam tocó la puerta y su familia fue recibida por los tíos que estaban vestidos
elegantemente. Los adultos muy entusiasmados se dieron un fuerte abrazo de
bienvenida, pero Mondragón (antes de ingresar a la casa) sintió un golpe fuerte
en el pecho y una sensación de miedo que lo deja congelado en la puerta como
una escultura. Su padre, quien se percató del comportamiento de Mondragón, le
dio un empujón haciéndole ingresar a la casa.
El Sr. Marcos y la Sra. Marta, los tíos de Mondragón, los invitaron a pasar a la sala. Luego de una
larga conversación sobre la Eucaristía y los pecados mortales, bajó el primo de
Mondragón llamado Felipe. Él era un chico callado, algo musculoso, pero con una
mirada intimidante. Felipe se acercó a saludar cordialmente a sus tíos y primo.
Luego, todos pasaron a un gran comedor con un enorme banquete servido en la
mesa. Todos degustaron de aquella delicia y como toda típica familia, apenas se
sentaron, comenzó la cháchara. No
obstante, parecía que Felipe no disfrutaba la algarabía compartida en la
reunión familiar.
-
Felipe,
espero que tu viaje haya sido enriquecedor- dijo el Señor del Siam
-
Sí
lo fue y adquirí nuevos conocimientos sobre el mundo.
-
¡Qué
bien! Espero que sigas los pasos de tus padres y de nosotros, y te
dediques a asistir a nuestros cultos
cristianos. Además, espero que seas un catequista- el señor de Siam, acariciaba como a un recién
nacido, el crucifijo que colgaba en su
cuello.
-
Bueno,
sinceramente, tengo otros intereses, pero lo tomaré en cuenta tío- dijo Felipe
mientras jugaba con su tenedor.
De pronto, se hizo el silencio, su respuesta dejó atónito a
todos los presentes. Mondragón sintió la incomodidad en el aire, decidió
retirarse de la mesa e ir al baño. El camino era largo, era una casa llena de
habitaciones y de elegantes corredores
con cuadros y cruces por doquier. Entonces, se acordó que no pregunto por dónde
quedaba el baño, supuso que no era tan difícil, después de todo solo era
cuestión de revisar habitación por habitación. De todas maneras, él no quería
regresar al ambiente hostil que se había creado en el comedor.
Él se dispuso a caminar, al doblar la esquina encontró un sin
número de habitaciones. En la primera puerta, que estaba semiabierta, observó que
una luz radiante salía de la habitación. Él, por su gran curiosidad, entró y se
dio cuenta que no era el baño. Por el contrario, era una habitación con tapiz
rojo, desordenada y con un montón de maletas, libros, cuadros, adornos y cajas.
Una caja, en especial, decía “NO TOCAR, FRAGIL”, y él queriendo desobedecer las
reglas, decidió ver que había adentro. Encontró muchos libros, en especial uno
de pasta roja muy raída. Él la abrió, pero se encontró con algo inesperado,
había imágenes de gente y animales degollados, de
criaturas monstruosas
y de rostros con expresiones de terror
infinito. Asustado, soltó el libro y salió de la habitación corriendo,
pero al final del pasillo se chocó con una persona: su primo Felipe.
Felipe se dio cuenta que Mondragón había ingresado a su
habitación, lo agarró del brazo y lo llevó
cerca de su habitación. Vio sobre el suelo el libro rojo tirado y se dio cuenta
del porqué de la reacción de Mondragón. Felipe solo atinó a decirle que se calmara
y que nada malo sucedería; empero, Mondragón dijo muy seriamente que lo
iba acusar con sus padres, que iba a
delatar a ese lobo con piel de oveja. Es así que Felipe, nervioso de que sus
padres descubrieran sus gustos y pasiones satánicas, persuadió con engaños a su primo para que volvieran a
la habitación y explicarle porque tenía ese libro. Mondragón no convencido, decidió
irse al comedor donde aún estaban sus padres. Entonces, Felipe decidió golpear
a Mondragón tirándole un puñetazo y dejándole caer en el suelo. Totalmente
desesperado de que su familia pudiera descubrir su secreto, decidió buscar arsénicos
para sacrificar a Mondragón en un rito satánico.
Salió rápidamente de su habitación y, de repente, recuerda
que sus tíos y padres estaban en la mesa. Entonces, para despistarlos, llegó
sobresaltado y miró al suelo antes de hablar mientras en su familia se miraban
unos a otros.
-¡Mondragón tíos! Él… él.
- Pero habla muchacho que pasa- dijo
su padre.
-¿Qué le pasó a nuestro hijo?- dijo
eufóricamente su tío mientras su tía lo interrogaba con la mirada.
- Él ha salido corriendo de la casa
por la puerta trasera. Creo que debió haber visto algún fantasma o recordar
algo urgente que debía hacer.
- No puede ser, en qué situación nos
pone ese muchacho.- susurró el padre de Mondragón.
-No te preocupes hermano mío.
Nosotros podemos ir a su encuentro. –dijo el padre de Felipe.
-Debe haber ocurrido algo muy grave
para que nuestro pequeño escape de esa manera.- dijo preocupada la madre de
Mondragón.
-¡Iremos todos! Está decidido – dijo
la madre de Felipe.
-Madre, lo más lógico es que yo me
quede en caso él vuelva.- dijo Felipe interrumpiéndola.
- ¡Eso es una magnífica idea!-
exclamaron todos mientras se ponían sus abrigos.
Los familiares se alejaban a través de la calle mientras
Felipe se aseguró que nadie lo viera y cerró la puerta. Luego, él se dirigió al
teléfono e hizo una llamada rápida. Después, subió a su cuarto, sacó el frasco
de arsénico de debajo de su cama y se lo colocó en el bolsillo derecho. Caminó
tranquilamente hacia su primo quien yacía inconsciente y lo cargó con mucho esfuerzo al sótano.
Felipe lanzó a su primo contra una viga, cogió unas sogas que
se hallaban en el suelo y amarró a Mondragón contra la viga tan fuerte como
pudo. Después, él se dirigió hacia un escritorio iluminado por un radiante
foco, el cual era la única luz de ese inmenso cuarto, y empezó a buscar dentro
del escritorio otros componentes para mejorar la futura mezcla. Felipe tomó un
cáliz y lo llenó completamente del arsénico y tan pronto como lo hizo, un olor
pestilente empezó a inundar todos los rincones del sótano. Mondragón fue
despertado por ese nauseabundo olor e intento moverse, pero las cuerdas le
rodeaban el torso completamente y sus brazos estaban entrelazados por las
mismas cuerdas. Felipe, invadido de una alegría incomparable, añadió las otras
sustancias al arsénico. Luego, se acercó a su primo con el arsénico ya
mezclado; velas de color negro y blanco.
Mondragón no comprendía porque colocaba las velas alrededor
suyo; no obstante, él estaba liberando
su brazo derecho poco a poco. Felipe encendió una a una todas las velas, fue a
apagar el interruptor del foco y se puso enfrente de su primo con el cáliz
entre las dos manos. Mondragón lo miró furioso y su primo se disponía a
lanzarle la mezcla del cáliz sobre todo el cuerpo. Entonces, como guiado por la
providencia, el brazo de Mondragón logró liberarse a tiempo para empujar el
cáliz sobre el rostro sonriente de su primo. Después, Mondragón logró desatarse
completamente y corrió entre el cuerpo de Felipe que se retorcía como un
lombriz en plena lluvia. Mondragón corría rápido como liebre a ciegas en el
sótano mientras Felipe emitía unos quejidos ligeros que iban cesando poco a
poco. Mondragón logró hallar la escalera y la subió de prisa; sin embargo, al
llegar a la puerta no pudo abrir la manija y empezó a golpear la puerta y a
gritar tan desesperadamente que su garganta parecía de acero. Entonces, se
detuvo por un instante y al otro lado de la puerta escuchó un cántico en otra
lengua y varios pasos que se acercaban. Entonces, en su desesperación, sus
manos golpearon la puerta como si fuera un tambor, pero ni aun así logró
abrirla. La frente le sudó, pudo escuchar claramente los latidos de su corazón y también escuchó que unos continuos ruidos
de un cuarto contiguo que aplacaron poco a poco el cántico del otro lado de la
puerta. La oscuridad llenó completamente el cuarto; el aire se enraleció; la
respiración se le detuvo de golpe; abrió los ojos y se despertó escuchando unos
continuos ruidos que provenían de la planta baja.
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