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sábado, 13 de junio de 2015

Las vacaciones al paraíso




Lo besa, le susurra un “te quiero” y se aleja danzando en círculos mientras se ríe dulcemente. Corre, lo dejó en medio de la nada. Se coloca la chaqueta roja y divisa a los lejos un ave azul que vuela en caída libre. Corriendo, él quiere alcanzarla, pero ella está un piso arriba. Salta hasta alcanzar el otro piso y cae de improviso. Vuela rápidamente el ave azul y se posa sobre un viejo abedul.  

Ríe y se aleja paso a paso sobre hoja y hoja como si no hubiera suelo. Se repone apresuradamente y como un demente, él escala el edificio como un egipcio hasta llegar a la azotea y verla recostada como la marea en una playa. Día a día, él la quería y  beso a beso, ella lo amaba. Él con sus libros, partituras y pinturas; ella con sus danzas, besos y remordimientos; así como  el edén con sus árboles, pisos y frutas. Y así, decidieron vivir en este pequeño edén.

Ahora paso a paso, hora a hora, él ya no sabía si caminaba en el edén o en el infierno de Dante. No obstante,  pintarla era su obsesión; besarla era un arte y quererla era una mentira. Así, pues, al encontrarla recostada sin pensarlo la besó, pero sus labios estaban fríos, sus ojos eran ríos y sus manos era un completo vacío. Agonizaba, nos dejaba en el edén la promesa de la vida eterna.

La fruta prohibida, la muerte en seguida, la vida perdida y hasta aquí el amor escogido. Ella se ha ido y no volverá,  el padre mintió y ahora solo polvo es. Media docena de costillas más daría por volverla a ver, por encontrar sus labios de nuevo, por  sentir su aroma de nuevo, por tener su existencia entre mis brazos.

                                                                                                                                          Paul Saavedra.

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