Siempre me
despierto a las seis con los primeros rayos del sol, aunque realmente no tengo
noción de las horas y mucho menos del horario de verano. Realizo mis
estiramientos de yoga tántricos mientras hago un par de parpadeos para pasar
del sueño a la vigilia.
Camino a paso
lento, casi arrastrándome al comienzo, abro las puertas lentamente de par en
par hasta llegar a donde papá, evitando pisar todos los papeles, fármacos y
botellas esparcidas por el piso. Lo veo boca abajo con una mano colgando. Solo
lo puedo despertar si lo tomo por sorpresa y hago suficiente ruido en medio de
esa penumbra.
Procedo como de costumbre y veo sus primeras reacciones. Exhala profundamente mientras se estira sobre su ser, se despierta con su acostumbrada pesadez y cansancio, fruto de sus productivas madrugadas libro tras libro. Se sienta al borde de la cama y me observa fijamente, sabe porque estoy allí. Puedo ver en sus ojos el mismo dolor de siempre, distingo toda la pena que tiene dentro de sí que trata de disimular con un intento de sonrisa.
Toma su celular y sonríe, solo por unos breves segundos, pero lo hace. Lo sigo hasta la puerta del baño y lo dejo alistarse para salir. Sé que no va a tardar mucho, pero la ansiedad domina mi cuerpo. Salimos de casa con el sol en la cara y caminamos entre las calles de Surquillo. La suciedad impera en el paisaje, montañas de desmontes, islas de basura, borrachos y drogadictos dormidos en el pavimento, espacios públicos ocupados por cachineros. Surquillo es como una pequeña Sodoma en la periferia sur de Lima, pero papá y yo estamos acostumbrados a esta belleza.
***
El olor del café recién hecho me guiaba por inercia hacia la mesa, papá siempre estaba sentado comiendo un pan con palta sin nada de sal, mantenía esa rutina desde que tengo memoria. Al terminar de comer un suspiro de satisfacción y su sonrisa daban por concluido el desayuno. Sin embargo, cuando mamá volvía de viaje, siempre se esforzaba en preparar algo más sofisticado para sorprenderla y no siempre terminaban con un suspiro y una sonrisa, sino con peleas entre ambos por algo llamado “trabajo de verdad”. En ocasiones mamá se iba de viaje por muchas semanas después de estas discusiones y papá se amanecía bebiendo botella tras botella con un libro en la mano. A veces lo encontraba riendo a carcajadas hasta el punto de dejar caer el libro. Otras veces, cuando estaba escribiendo, me mandaba a dormir con sus movimientos desequilibrados. Esas noches, podía escuchar llantos desde su habitación.
Cuando quería comer algo afuera por las noches, me dejaba acompañarlo, pero no íbamos por calles concurridas. Siempre tomábamos rutas alternas con calles casi desoladas y con un silencio que solo se quebraba al llegar a las avenidas. Papá estaba feliz mientras caminábamos en esta soledad.
***
Mamá llegó un domingo por la madrugada, me dio un beso y se fue a la habitación. Encontró a papá dormido. No sé qué pasaba exactamente cuando volvía de viaje, pero creo que saltaban emocionados en la cama porque se oía como esta golpeaba contra la pared. Papá salía sonriente de la habitación para beber mucha agua, él no me veía espiarlo a esas horas.
Después de saciarse de agua, se sentaba a escribir. Él siempre me decía que se debe aprovechar la inspiración para escribir, pues no siempre llega. Mamá lo llamaba reiteradas veces para que vuelva a su lado y él no respondía.
***
Cuando mamá estaba en casa, ella me despertaba para que la acompañara a todos lados desde el amanecer hasta el anochecer, pero no me gustaba dejar a papá solo todo el día, por eso siempre lo despertaba como yo sabía hacerlo. Así, con el tiempo, supe que solo yo podía ayudarle con su latente tristeza. Cuando volvía de los paseos siempre iba a buscarlo y me hacía muchas cosquillas. Estaba feliz de verme y yo también.
Mamá no siempre entraba a la habitación al momento, debía ordenar algo o hacer algo más. Sin embargo, papá le tenía una sorpresa siempre que volvía a él. Se besaban como si no se hubieran visto en largo tiempo. Él siempre la extrañaba.
***
Una mañana acompañé a mamá a una farmacia, caminamos rápidamente hasta allí y pidió lo de siempre, sino algo llamado “pastilla del día siguiente”. Había discutido mucho con papá antes de salir y nos sentamos en un parque mientras la escuchaba llorar. Estaba preocupada por volver pronto a casa, pues en la mañana papá no se levantó cuando estuve en su habitación, solo me miró de reojo por unos segundos y cerró los ojos nuevamente. Mamá me apresuró para irnos y no pude intentarlo de nuevo.
Cuando regresé a
casa con mamá y busqué a papá, lo encontré colgado a contraluz en medio su
habitación. El viento agitaba su corbata en señal de paz con una nota sostenida
en el pisacorbatas. Me acerqué a jugar con los pasadores de sus zapatos y tiré
de ellos sin respuesta alguna. Creí que papá pensó que dormir en esa posición era
más cómodo, de seguro en un rato iba a despertar. Me acosté debajo de él a
esperar y segundos después un fuerte grito me despertó.
No hubo calma,
menos cuando sonaron las alarmas que reventaron mis tímpanos y la casa se llenó
de personas alrededor de papá para intentar despertarlo o alabarlo. Cuando papá
estuvo en el suelo, mamá no me dejó acercarme a él y gritó y lloró mucho. Luego
de un rato se acercó y me dijo - con los ojos hinchados - que todo iba a estar bien,
me puso la correa y dimos un paseo por las calles de Surquillo. Jamás volví a
ver a papá, pero un olor similar al suyo estaba impregnado por toda la casa en una
versión más pequeña de él que ahora sí prometo cuidar.