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sábado, 23 de abril de 2016

Deme veinte gramos de tristeza, guarde el cambio.



“Sé que todo ha acabado ya, como duele el corazón. Ya no queda oportunidad, un gran libro se cerró (…)” – Pedro Suárez-Vértiz.

La vida no nos enseña a como soportar el dolor, debemos descubrirlo desde pequeños y, a pesar de que la intensidad del tormento mental y emocional se desarrolla de manera distinta en cada uno, es inevitable no sufrir. Nos va haciendo más y más fuerte cada vez con cada sufrimiento y tristeza, y aunque se lea sencillo, el reponerse a esos estados de ánimo, es algo que a veces puede llevar años de práctica y experiencia

La mayoría de niños que lloran suelen hacerlo a rienda suelta si están triste o adoloridos en cualquier lugar o momento; sin embargo, mientras crecemos vamos reservándonos el llanto o la tristeza a espacios íntimos o a compartirlo solo con amistades capaces de entendernos (¿o solo consolarnos?). De niños lo más probable es llorar por un berrinche, un castigo de tus padres, la muerte de tu mascota o un raspón en las rodillas…pero luego llegan el amor (o la ilusión de él), la falsedad en las amistades, la manipulación, el vacío espiritual y existencial, etc. Superado todo ello, se nos hace cada vez más fácil tolerar  y prevenir situaciones similares, pero no implica necesariamente a evitar las toneladas de idea, fantasías y lágrimas que traen consigo. 

El miedo a la muerte es para muchos la angustia y tristeza que más perturba nuestra mente y alma. Por eso, ahora es tan obsesivo el tener una salud de hierro  y en algunos casos se ha vuelto el fin último tener salud plena (A Schopenhauer le gusta esto) . Es sabido que hay muchas maneras de morir en el mundo, tal vez la que más me desagrada es la de la muerte en vida. La ausencia de metas, deseos, sueños y otros, es la muerte definitiva, es el paso del tiempo en un cuerpo inerte de creatividad y fantasías, en una mente estancada en el presente, absorta en pensamientos vacíos, encerrada en una tristeza por su renuncia a continuar viviendo.

Pese a que uno intente evitar la tristeza, el dolor, la pena, siempre vendrán de diferentes formas, algunas con sonrisas y miradas café profundas; otras, a través de análisis médicos, llamadas inesperadas, profundos silencios, etc. Sendas formas que toman esos sentimientos y diversas maneras de “curarlos” ya que existen “expertos” en materias psicológicas y psiquiátricas, que con técnicas  y medicamentos podrían erradicar casi todos los lamentos a nivel mental y fisiológico, pero  hay dolores que no deben detenerse tan pronto, deben dejarse fluir en el cuerpo, dejar que se adapten al temperatura corporal, deben llenarnos cada espacio del alma y debemos aprender a levantarnos y sonreír poco a poco con esos 20 gramos extras de tristeza.

Cada uno tiene la obligación de conocerse a sí mismo y es por eso que cada uno sabrá como reponerse de las angustias, penas y dolores.  Luego de que las huellas del dolor se empiecen a difuminar en nuestro camino, es casi seguro que tendremos  un crecimiento espiritual y de la inteligencia emocional, pues no hay dolor insuperable, solo se necesita tiempo para reflexionar y, obviamente, mucha paciencia.


 
El camino al nirvana o el paraíso no tiene que medirse por la ausencia del dolor, sino con la tolerancia, el aprendizaje y la superación de él. García Márquez decía que lo único que llega con seguridad es la muerte, entonces debemos hacer de nuestra vida un hecho memorable, aunque su alcance no sea de millones, si unos pocos te admiran, respetan y quieren... hay posibilidades de ser feliz e ir desprendiéndose poco a poco de la importancia que le damos a las penas. Uno debe aprovechar las oportunidades para ser feliz, incluso si estas solo duran  seis segundos, veinte minutos o casi tres semanas.


Paul Saavedra.